30 sept 2011

El encuentro

Se concentró en la figura ajena, con ese interés de investigación que no le abandonaba. Su compañero, jadeante y sudoroso, parecía experimentar algo extrahumano. Así lo sugerían sus ojos en blanco y sus temblorosos párpados. Se hubiera reído de no ser por que su tórax estaba atrapado bajo el cuerpo de aquel hombre. La carcajada reprimida se transformó entonces una implosión de hiperactividad mental.

Sofocada, y a pesar de que quería capturar cada gesto y cada movimiento frenético de su afanoso acompañante, retiró la mirada. Repasó todo el cuarto con excéntrica agudeza. Por un instante fijó en su mente el color de cada uno de los lápices regados sobre el escritorio, los contornos de los dibujos en la pared, la textura de la mesa y la computadora con sus burdas calcomanías; leyó las etiquetas en las botellas de cerveza con increíble concentración, vio letreros ininteligibles, frases entrecortadas que él había escrito sobre el muro; prestó especial atención a los diversos patrones que dejaba la pintura al escurrir debajo de cada letra; pensó en lo que entrañaría ese grito de guerra sobre la cal; examinó los papeles desordenados, fijándose en las letras que alcanzaban a distinguirse de entre las manchas de tinta, seguramente versos para ella y otras mujeres, novelas fracasadas, tareas escolares inconclusas; serpenteó su mirada por entre los lomos de viejos libros, estudió los títulos en cada lomo, su color y su caligrafía; curioseó entre folders de varios colores y tamaños, con hojas percudidas que se asomaban entre la multitud de papel; contempló las cajas en el suelo, discretamente escondidas bajo un altero de ropa y papeles, las cajas del pasado que él guardaba tan celosamente como si lo delataran con más precisión que su ser presente. Eso era todo: un hombre presente. Volvió la mirada a su compañero sin haber concebido esta respuesta. Se preguntó en cambio quién era ese hombre dispuesto a prodigar mil caricias y halagos para ella, susceptible a perderse así por ella, dentro de ella. Una sonrisa leve barrió la conmoción trepidante en el rostro de su compañero justo cuando ella comenzaba a sentirse culpable de su indiferencia. Una vez más, equivocaba sus reflexiones. No había sido únicamente ella quien había desaparecido de ese instante, perdiendo al otro de vista. Lo cierto es que había estado sola también, sola bajo el pecho de ese buscador de sensaciones que no reclamó jamás su compañía. Había sido aniquilada finalmente con un sonoro extenuante orgasmo que abrió un mundo de distancia entre los dos.
Abrieron los ojos y se buscaron.



(2001)