24 dic 2007

Vida y muerte según Kurosawa

Tres alpinistas caminan perdidos en medio de una tormenta de nieve que los ha azotado por días. Sus pasos en busca del añorado campamento se alentan cada vez más por obra del congelamiento que va imperando en todo su cuerpo. Apenas pueden verse los fatigados rostros a través de una espesa niebla helada que los rodea. Apenas puede uno distinguir sus figuras. La niebla espesa casi se adueña también de la pantalla, sin alcanzar a ocultar, sin embargo, la desesperación rendida que encarnan esas tres caras heladas.


De pronto se escucha el rugir de un trueno en lo alto de un risco y una gran masa de nieve se precipita cubriendo toda la montaña. Una avalancha basta para sepultar a los tres condenados. Parece el fin. Incluso el líder, el más fuerte de los tres hombres, parece haber perdido la energía. Su cuerpo y su voluntad poco a poco ceden al cansancio y al frío. El campamento, que estaba siempre a punto de ser encontrado, ahora está más lejos que nunca.
Luego, como si respondiera dios a una tácita suplica, llega a este hombre un abrigo, una compañía en la gélida soledad. Una mujer de rostro apacible –el rostro que todos, seguramente, desearíamos ver- cobija al hombre con maternal afecto. La anhelada recompensa por fin llega. El bramido amenazante del vendaval se ha ido; en su lugar hay ahora un cálido silencio, acaso un canto lejano. Al triste sucumbir del hombre sucede un momento de bienestar. Incluso la nieve que lo cubre se vuelve tibia y protectora. Todo en ese momento apunta a la salvación ¿Qué es, si no salvación, el descanso de aquello que nos atormenta?
La salvación instantánea es el rostro amable –ese rostro de maternal ternura- de la muerte. Morir es desprenderse de las calamidades del instante. Muere el que se deja mecer por el anhelo que lo guía, mecer hasta que en verdad duerme. Morir es tener lo que se persigue en la comodidad de un sueño. La vida en cambio es el estado de constante queja, de persecución perpetua; es el momento del frío, del hambre, de la carencia, del andar incómodo y fatigado.
El alpinista se rebela entonces contra la tentación del descanso y despierta de nuevo al frío implacable que lo rodea. La tormenta duerme ahora, y una cortina de nieve da paso a la imagen de un campamento, a apenas unos metros del extenuado caminante.

* El filme de referencia es “Dreams”, de Akira Kurosawa (1990).

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