“El cuerpo es una razón en grande, una multiplicidad con un sólo
sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor.
Instrumento de tu cuerpo es también tu razón pequeña, hermano,
la que llamas espíritu: un instrumentillo y juguetillo de tu razón grande”.
-F. Nietzsche,
“Así hablaba Zaratustra”
Vejado, denostado, ultrajado, humillado, olvidado, incluso sujeto a penitencia por los pecados pretéritos. El cuerpo ha sido históricamente relegado cuando menos al puesto de un esclavo necesario, a la bestia que hay que someter y amaestrar a fin de que el espíritu –el demandante, el impaciente amo- pueda avanzar en su imparable trayecto hacia la última promesa: la liberación. Alcanzada ésta, el amo espíritu se deshará de la bestia para continuar con un andar más ligero, aunque se ignore entonces hacia dónde han de llevarle sus aligerados pasos.