¿Necesita el arte ser explicado? ¿Necesita el objeto estético la mediación del concepto para ser reconocido como tal? El arte conceptual apuesta por esta intervención del concepto en la producción de lo estético. Más aún, apuesta porque el concepto sea el verdadero objeto artístico, más allá de la forma como se lo represente en la obra material. ¿Por qué, entonces, no prescindir de la obra material?
Los objetos son cosas del mundo, entes existentes físicamente. Los conceptos son representaciones de los objetos. El arte conceptual intenta invertir esta relación, hacer que el objeto represente al concepto. No siempre logra éxito en esta tarea y se enfrenta al riesgo de convertirse en lo que podríamos llamar “arte fácil”, “arte débil”, o “arte insignificante”. Es este un arte en el que, con la disculpa de que es el concepto lo primordial en la obra, el artista se olvida, precisamente, de la obra. Ésta puede ser insulsa, horrenda, insignificante y –lo peor de todo- fácil, mediocre.
El verdadero reto del arte conceptual es justamente encontrar la medida entre el símbolo y el concepto. No es que el arte no pueda surgir del concepto o hermanarse con él. Una obra puede ser conceptual, pero para ello debe abrazar al concepto dentro de sí, no presentarlo como un acompañamiento, como algo a lo que hay que recurrir para que la obra adquiera sentido y valga la pena. La verdadera obra de arte conceptual trae el concepto al objeto y este es su mérito y su complejidad: encontrar la manera de que un objeto logre abarcar en materia la dimensión significatifva, inmaterial de un concepto.
Aquél objeto que no logre este cometido, no es en estricto sentido una obra de arte, sino apenas un émulo de un discurso más eficaz, un objeto que necesita una “muletilla conceptual”. Un objeto de esta naturaleza no pasa de ser un mero pretexto para el concepto, mismo que podía haber sido expresado en palabras llanas. Si el arte no aspira a decir lo indecible, por lo menos aspira a decir de forma auténtica, independiente, coherente en sí misma. Es esta premisa la que no debe olvidar el arte conceptual. La obra es un todo en sí misma. Si se disgrega entre un objeto material y un concepto, como dos cosas separadas, no alcanza a catalogarse como artística. La obra aspira a ser un símbolo autónomo, de un mundo original que es el que cada artista crea. Un símbolo que no logra ser asimilado simbólicamente es un símbolo fracasado.
Los conceptos son poderosos y significativos y apenas nacidos, se vuelven independientes de los objetos que les dieron origen, no necesitan volver a ellos para que se hagan presentes. Así deberían ser las obras de arte conceptual. Tomar el poder significativo de un concepto y llevarlo al objeto. Allí radica el valor de este tipo de arte, sólo así el objeto cobraría la dignidad de ser conceptual. Si un objeto no puede ser un propulsor de ese poder, es un objeto absurdo, un objeto cuya existencia es intrascendente.
Los objetos son cosas del mundo, entes existentes físicamente. Los conceptos son representaciones de los objetos. El arte conceptual intenta invertir esta relación, hacer que el objeto represente al concepto. No siempre logra éxito en esta tarea y se enfrenta al riesgo de convertirse en lo que podríamos llamar “arte fácil”, “arte débil”, o “arte insignificante”. Es este un arte en el que, con la disculpa de que es el concepto lo primordial en la obra, el artista se olvida, precisamente, de la obra. Ésta puede ser insulsa, horrenda, insignificante y –lo peor de todo- fácil, mediocre.
El verdadero reto del arte conceptual es justamente encontrar la medida entre el símbolo y el concepto. No es que el arte no pueda surgir del concepto o hermanarse con él. Una obra puede ser conceptual, pero para ello debe abrazar al concepto dentro de sí, no presentarlo como un acompañamiento, como algo a lo que hay que recurrir para que la obra adquiera sentido y valga la pena. La verdadera obra de arte conceptual trae el concepto al objeto y este es su mérito y su complejidad: encontrar la manera de que un objeto logre abarcar en materia la dimensión significatifva, inmaterial de un concepto.
Aquél objeto que no logre este cometido, no es en estricto sentido una obra de arte, sino apenas un émulo de un discurso más eficaz, un objeto que necesita una “muletilla conceptual”. Un objeto de esta naturaleza no pasa de ser un mero pretexto para el concepto, mismo que podía haber sido expresado en palabras llanas. Si el arte no aspira a decir lo indecible, por lo menos aspira a decir de forma auténtica, independiente, coherente en sí misma. Es esta premisa la que no debe olvidar el arte conceptual. La obra es un todo en sí misma. Si se disgrega entre un objeto material y un concepto, como dos cosas separadas, no alcanza a catalogarse como artística. La obra aspira a ser un símbolo autónomo, de un mundo original que es el que cada artista crea. Un símbolo que no logra ser asimilado simbólicamente es un símbolo fracasado.
Los conceptos son poderosos y significativos y apenas nacidos, se vuelven independientes de los objetos que les dieron origen, no necesitan volver a ellos para que se hagan presentes. Así deberían ser las obras de arte conceptual. Tomar el poder significativo de un concepto y llevarlo al objeto. Allí radica el valor de este tipo de arte, sólo así el objeto cobraría la dignidad de ser conceptual. Si un objeto no puede ser un propulsor de ese poder, es un objeto absurdo, un objeto cuya existencia es intrascendente.
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