1 oct 2007

Attende tibi

Muy pronto aprendemos a mirar en derredor, hacia afuera. Nuestra inteligencia hiperactiva hace que demos un salto inmediato de la percepción de nosotros mismos a la percepción del resto del mundo. Tan pronto aprendemos a mirar todo aquello que no nos es propio es que confundimos lo uno con lo otro, que olvidamos devolver la mirada hacia el sí.





El olvidado de sí es una carga para el otro, pues demanda con más violencia la atención de éste y constante, casi obsesivamente, intentará probar ante él su dignidad. El afecto, el desprecio, el valor deben comenzar siempre en el sí mismo y de ahí proyectarse hacia otros individuos. Las máscaras tras las que escondemos el verdadero ser propio, ocultan nuestro más profundo desprecio por el verdadero ser propio. El respeto por sí mismo no es gratuito; también se gana. El que no lo ha conseguido busca llenar ese vacío a través del cariño, la admiración o el respeto ajenos. El ignorante de sí está condenado a equivocarse: encontrará para sus más arraigadas dudas respuestas erróneas, pues estará preguntando siempre al interlocutor equivocado. El irresponsable de sí entrega al otro, y a la sociedad como tal, un individuo enfermizo, carente, quejumbroso.
La constante es ésta: El enajenado exige del otro lo que a sí mismo no puede darse; espera del otro lo que no le cabe esperar de sí mismo. Hace recaer en el resto del mundo el peso de los problemas que sólo él mismo está facultado para resolver. Este individuo será un garantizado usuario de la “ayuda profesional” en todos los frentes.
El individuo se legitima a sí mismo en el mundo. Como portavoz de su propio ser, proporciona a los demás la llave, el código con el que luego será interpretado por ellos. Por ello, el cultivo de sí es un trabajo que debe ser hecho a plena conciencia y con esmero. De ello depende, en gran medida, la satisfacción vital del individuo.
La máxima griega del templo de Delfos, “conócete a tí mismo” (gnosti te autvn), puede ser abrumadora, pues el conocimiento en general se nos antoja una empresa laboriosa y que, justamente, implica un enajenamiento, una ruptura entre el que conoce y aquello que está por ser conocido. Sin embargo, podemos adaptar esa máxima a términos más seductores y prácticos como un “ócupate de tí mismo” (el attende tibi de los textos bíblicos). Aquél que se observa, que se ocupa de sí mismo ya ha ganado ventaja frente a la ignorancia abrumadora con que observa el universo.

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