23 sept 2007

La ignorancia de sí

Ajenos al propio ser, los individuos nos entregamos sin cuestionamientos al remolino de los otros, a la fantasía, a la promesa, a la locura, al absurdo de los otros que se ha erigido en la forma del colectivo social. Buscando la sencilla y graciosa entrada en dicho colectivo, el individuo se ha acondicionado para aniquilarse a sí mismo en la forma de un burócrata de su propio ser. Mide y da trámite a sus emociones, conductas y pensamientos en la forma “correcta”, esto es, en la que le ha sido mostrada por los otros, en la que es menos incómoda o alarmante para los otros. Aquel que tiene éxito en esta tarea, se considera -en los términos que el colectivo mismo establece- como socialmente exitoso.


En pos de tal éxito entre la colectividad, el individuo muy pronto se habitúa a practicar la ignorancia de sí, pues el riesgo, en caso contrario, es el posible fatal descubrimiento de una diferencia irreconciliable con la sociedad, o de una extrañeza, una incomprensión o un desprecio inevitable por lo que toca a asuntos sociales. El riesgo está en convertirse en un inadaptado, y ésta quizá sea la fobia social por excelencia.
Peor aún, en tiempos en que la violencia se pasea por las calles y por las conciencias; en tiempos en que reina el discurso de la “tranquilidad” y “paz social”, nadie que pretenda ser considerado un buen elemento del colectivo quiere provocar el más mínimo sobresalto. Las sociedades asustadas forman individuos igualmente temerosos; individuos apáticos cuyo actuar está determinado por el bienestar superfluo de la masa; individuos irresponsables que ceden la propia individualidad ante el poder invisible de los otros; individuos ignorantes que funcionan diaria y ciegamente como engrane de una monstruosa e imparable maquinaria; individuos que prefieren la adaptación antes que ser víctimas de la más primigenia de las agresiones: el rechazo.
La ignorancia de sí, esta existencia de falsos individuos, da sus frutos en la forma de la productividad y funcionalidad sociales inmediatas pero cobra su factura a posteriori, cuando “los tiempos cambian” y las sociedades estancadas, bajo amenaza de sucumbir ante sus propios modelos operativos, deben buscar –por obra de individuos disidentes- nuevos horizontes, nuevos funcionamientos que les garanticen la supervivencia. Es entonces que los falsos individuos serán una carga. Es entonces que las sociedades se enfrentarán a la escabrosa tarea de realizar, a fuerza de lo que sea, la readaptación social de las masas.


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