Único pecado verdadero, único acto moral en sí mismo, único impulso humano que se desconecta de una naturaleza animal que va, sin moral alguna, en busca de la supervivencia. Desprecio del hombre por sí mismo y atentado contra sí mismo. Y es que la crueldad daña únicamente a aquél que puede percibirla, ya sea infligiéndola o recibiéndola.
Sólo entre hombres habita la crueldad, pues sólo ellos son capaces de reconocerla más allá de cualquier máscara tras la que se esconda un acto.No hay tal cosa como la crueldad hacia los animales, por ejemplo. Incluso el hombre que con crueldad lastima a un animal, no hace sino atentar contra sí mismo, pues es él el único ser que reconoce lo que de cruel hay en su acción y es el único que experimenta, que saborea la crueldad su acción. El animal padecerá lo mismo por el golpe cruel de un ser humano que al reposar en las fauces de un hambriento depredador. La crueldad o el hambre de su agresor no redundarán, finalmente, en la forma de su sufrimiento. El hombre en cambio ha aprendido una lección negativa sobre sí: que es portador de la crueldad, y que ésta le viene muy sencillamente.Es esta una lección que pesa en el hombre mientras dura su existencia, pues la disposición a la crueldad es interminable, como insaciable es la crueldad misma.
La naturaleza tampoco se ocupa de la crueldad porque todo en la naturaleza es necesario y arbitrario a la vez. La naturaleza no tiene conciencia individual –porque es un todo hecho de individuos-, y la conciencia individual es el punto de partida de la crueldad.Ésta sólo puede incubar en un ego ofendido, humillado o enaltecido, orgulloso; sólo puede incubar en un ego solitario y que se ha diseñado a sí mismo unitario e independiente.Y es que la crueldad es contraria a la necesidad con que obran, por ejemplo, el animal y la naturaleza; es producto de una libertad de la que sólo goza el hombre.El hombre puede hacer lo que quiere tanto como lo que no, lo que necesita y lo que le es perjudicial. Así, el hombre puede causar daño habiendo o no necesidad o siquiera algún interés de por medio.
Sólo entre hombres habita la crueldad, pues sólo ellos son capaces de reconocerla más allá de cualquier máscara tras la que se esconda un acto.No hay tal cosa como la crueldad hacia los animales, por ejemplo. Incluso el hombre que con crueldad lastima a un animal, no hace sino atentar contra sí mismo, pues es él el único ser que reconoce lo que de cruel hay en su acción y es el único que experimenta, que saborea la crueldad su acción. El animal padecerá lo mismo por el golpe cruel de un ser humano que al reposar en las fauces de un hambriento depredador. La crueldad o el hambre de su agresor no redundarán, finalmente, en la forma de su sufrimiento. El hombre en cambio ha aprendido una lección negativa sobre sí: que es portador de la crueldad, y que ésta le viene muy sencillamente.Es esta una lección que pesa en el hombre mientras dura su existencia, pues la disposición a la crueldad es interminable, como insaciable es la crueldad misma.
La naturaleza tampoco se ocupa de la crueldad porque todo en la naturaleza es necesario y arbitrario a la vez. La naturaleza no tiene conciencia individual –porque es un todo hecho de individuos-, y la conciencia individual es el punto de partida de la crueldad.Ésta sólo puede incubar en un ego ofendido, humillado o enaltecido, orgulloso; sólo puede incubar en un ego solitario y que se ha diseñado a sí mismo unitario e independiente.Y es que la crueldad es contraria a la necesidad con que obran, por ejemplo, el animal y la naturaleza; es producto de una libertad de la que sólo goza el hombre.El hombre puede hacer lo que quiere tanto como lo que no, lo que necesita y lo que le es perjudicial. Así, el hombre puede causar daño habiendo o no necesidad o siquiera algún interés de por medio.
Crueldad: libertad arrendada para servicio del daño.
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