28 ene 2008

Los símbolos

Poseemos un constante afán de indagar en el misterio, porque todo en un primer momento –antes de pasar por la observación y el razonamiento– nos resulta misterioso. Inventamos no uno, sino múltiples lenguajes para andar sin miedo y en compañía por el mundo. A un lenguaje cifrado –el lenguaje de la realidad– que no comprendemos, contraponemos uno –el simbólico– que sí podemos entender e interpretar. Así, los símbolos representan la primera traducción humana.

Somos lectores innatos, animados por un impulso a la comprensión y al sentido. Y por otro lado, la realidad es tan vasta, contiene tantos posibles planos de significación, que necesitamos reducirla a códigos más simples. La realidad no es para nosotros dada y concreta; está cargada de minúsculas realidades, todas ellas significativas. Por eso, más allá de la verdad abrumadora preferimos la apariencia de las cosas; esto es, un extracto básico y simplificado de las cosas, un lenguaje que represente las cosas y que podamos manejar en nuestros términos.
Cabe preguntarnos entonces: ¿se encuentran los símbolos en el mundo o son producto del trabajo de la mente humana? ¿Los descubrimos en un escondite suyo de la realidad, o los creamos para descubrirla a ésta con su ayuda?
Los símbolos tienen una naturaleza ambigua, híbrida. En ellos se hace posible la inimaginable conjunción del mundo real con el mundo aparente del hombre. El símbolo se compone tanto de un elemento material y concreto, como de otro intelectual, interpretativo.
La realidad y la fantasía, lo objetivo y lo subjetivo, el mundo y la mente, confluyen en los símbolos. Son éstos verdaderos puentes entre el interior y el exterior del hombre. Son el conducto a través del cual el mundo exterior llega hasta nuestro mundo interior, y viceversa.
Usamos los símbolos no como una muletilla conceptual, no porque seamos incapaces de interpretar la realidad, sino porque la interpretación misma es producto de los símbolos y su realización efectiva depende de ellos. Buscamos símbolos no porque intentemos evadirnos de la absoluta realidad, sino porque son las puertas relativas por las que accedemos a ella.

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