1 nov 2006

El arte

"¿Palabras? Sí, de aire,
y en el aire perdidas.
déjame que me pierda entre palabras,
déjame ser el aire en unos labios
un soplo vagabundo sin contornos
que el aire desvanece.
También la luz en sí misma se pierde"

–Octavio Paz

Aventurero, corrosivo es el destino del poeta, del creador. Volátil juguetea en su espacio poético que es su mundo entero, el mundo donde todo lo suyo está permitido. Dueño o esclavo de su creación, es uno con ella. El poema, la sinfonía, el cuadro, el texto, la obra en general, es la casa del creador, deviene su sostén como el hijo que en la madurez regresa a sus padres un poco del cuidado recibido en la infancia. El artista vive perenne en su creación como el padre en el hijo por el milagro de la genética. En la obra está bien el creador, encuentra en ella la seguridad de la pertenencia, lo que es suyo y a la vez aquello de lo que él es parte. La obra es la casa y la familia; el lugar propio.


Pero no es el poeta un egoísta que se regodea en sus propios sentimientos, es antes que nada un ente necesitado de comunicación, un entre expresivo. Detrás de su montaje artístico está siempre su voluntad de decir, de comunicar algo. Lo peculiar del poeta, que lo separa y distingue del resto de los entes con necesidades expresivas es justamente el cauce que da a su expresión. No se contenta con la lógica cerrada de ningún lenguaje y quiere decir siempre más de lo que su medio de expresión parece poder decir. El poeta se aventura, vive en el riesgo y al filo de sí mismo, de su propio arte. Parece a veces que el artista disfraza lo que intenta decir, que da rodeos con texturas, formas, vocablos o partituras.

¿Puede ser la creación poética un absurdo, un rodeo innecesario?
Quizá la forma más exacta de transmitir algo es situar al receptor en la posición del que quiere comunicar algo, buscar en la medida de lo posible que el otro tome nuestro lugar, para que vea como vemos, piense como pensamos o sienta lo que sentimos. Para comunicar que “tengo frío” más convendría helar al otro antes que escribir un poema o pintar un gélido cuadro. Seguramente el frío sería en este caso un lenguaje más directo que las palabras o los óleos. Lo peculiar del artista es que rechace esta inmediatez comunicativa, esta vía eficaz, y que busque siempre alternativas para el decir.

Aventurero, corrosivo…el arte tiene un destino transgresor. Es su naturaleza sobrepasar los límites de sí misma y de tan rudimentarias herramientas como las palabras, los sonidos, los colores, el movimiento o la materia en general. Así, la poesía va más allá de las palabras, la música más allá de los sonidos, la pintura reta a las formas y colores y la fotografía al movimiento de las luces y las sombras.

Las palabras pueden hacer presente al amor o al árbol sin nombrarlos, sin decir ni ‘amor’ ni ‘árbol’; los colores de una pintura pueden evocar sabores o emociones que no están presentes; una melodía puede traer una tempestad sin necesidad de marejadas; las formas de una escultura pueden mostrar el infinito.

Las artes tienden a buscarse y es así que a veces la poesía necesita del encanto de la música como ésta necesita la certeza de las palabras. Es así que el séptimo arte necesita de música, imagen y palabra. Sin embargo, estos encuentros entre artes –fortuitos e innecesarios– demuestran únicamente que hay algo de común que atrae a todas las formas artísticas hacia el eje gravitacional común de la creación, a saber: la transgresión, la voluntad de sobrepasar los límites de un lenguaje.

El arte es entonces, en efecto, un absurdo, un rodeo innecesario. ¿Qué fin persigue este afán profanador? ¿A dónde quiere llegar el arte de la mano del artista con este juego abigarrado? ¿A dónde quiere llevar el artista la materia con la que trabaja?

Al espíritu, ese mundo humano del que el arte está hecho a imagen y semejanza. Lo espiritual del hombre es su voluntad de juego y distorsión, ese querer hacer “más allá” de lo que le es propio por naturaleza, más allá de la condición animal que le impele a satisfacer necesidades bajo la ley del mínimo esfuerzo, del camino más fácil. Como el capricho del hombre es el capricho del arte.

Arte: espíritu hecho de materia.

Elena Arriola, nacida en Guadalajara, Jalisco, cursó la carrera de Filosofía en la Universidad de Guanajuato. Actualmente editora en el periódico correo. Entusiasta del pensamiento y aficionada de las palabras.

2 comentarios:

josuefon dijo...

ok, pues me voy a dar un rato para revisar algunas de tus columnas ya que me mandaste el blog.., tal vez prefiera en algunas ocasiones discutir, o mejor dicho, platicar contigo al respecto... pero, ya vez, a veces uno se emociona, o se prende con algunos detalles que llegan mas alla de lo esperado (no e si para ti, o para mi...), el cuento es que creo que la poesia no se salva de disfraces, asi como la comparas con otros tipos de arte, y, creo que si bien es cierto, que la literatura o el ejercicio de pensar y escribir es diferente, y a veces resulta mas puro y pulido que un disfraz 'artistico'...no se pueden pasar por alto ciertos detalles... ademas de todo eso que comentas y de lo que haces referencia, el tiempo y el espacio tienen parte super importante para estas expresiones mas propiamente humanas!, y tal vez solo para algunas artes, pero insisto que el poeta no esta excento de rodeos y esas cosas... ademas, dios es guitarrista!

recibe un gran saludo, y gracias por mandarme tu columna. un abrazo.

jo su e

(disculpa la ortografia)

Sarjana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.