4 dic 2006

El sueño lúcido (2a. parte)

Mira el reloj. Puede ser que encuentres a las manecillas dando vueltas caóticas, o que los dígitos tengan un comportamiento extraño. Mira tu entorno. Puede que algo sea fuera de lo común. Intenta volar. Si lo logras, ha comenzado tu sueño lúcido.


Estas son algunas de las recomendaciones de los estudiosos y/o aventureros del sueño para intentar cobrar conciencia dentro del mismo, y soñar a voluntad. Durante la vigilia puede hacerse un tanto más, quizá lo más importante: Escribir cada mañana los sueños de la noche anterior y leerlos o recordarlos antes de dormir, intentando detectar algunas inverosimilitudes que podrían habernos sugerido que se trataba de un sueño. También ayudan las “pruebas de realidad”, esto es, comprobar durante el día, entre nuestros afanes cotidianos, que estamos despiertos, porque sin duda la realidad parece mucho más “congruente” que el sueño.

El sueño lúcido, como el acto poético, nos abre la posibilidad de realizar actos liberadores y hasta terapéuticos, de desencadenar nuestra magia interna, nuestras más profundas fantasías. Una vez reconocido el sueño y cobrada la lucidez, todo está permitido: el vuelo y el sexo, los vivos y los muertos, nadar entre nubes o andar sobre el agua…somos dueños de nuestros actos oníricos. Sin embargo, esta capacidad está amenazada por la pérdida de dominio sobre nuestros propios deseos, sentimientos u obsesiones. Si el soñador lúcido se ve superado por su creación onírica, su sueño puede tornarse en pesadilla. Esto es, si el soñador aprende a distanciarse de lo soñado, a no dejarse envolver por ello, la lucidez se prolongará y el sueño podrá resultar en una experiencia benéfica. Así lo dice Alejandro Jodorowsky*:

“En el sueño rigen las mismas leyes que en la vida cotidiana: cuanto más te distancias, más puedes gozar de la existencia y percibirla como un gran patio de recreo”.
Pero de la vida cotidiana como sueño lúcido hablaremos en la siguiente entrega.

*Alejandro Jodorowsky, “Psicomagia. Una terapia pánica”, Seix Barral, 1995.

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