31 dic 2006

La palabra

A veces la acción no es suficiente para estar en el mundo, entonces viene la palabra. El hombre no se conforma con la realidad, soberana e inaprensible como ésta es, y busca apropiarse de ella mediante el lenguaje. Como en el génesis bíblico, la palabra crea al mundo, ilumina lo que antes era nada, oscuridad, vacío. La luz se hace para el hombre como para el creador, cuando éste habla. El mundo es humano sólo entonces, sólo entonces se siente el hombre como en casa.


El hombre, a diferencia del animal, no puede estar en el mundo, ser parte de él, pues su impulso racional lo obliga a diferenciarse, a separar observador de lo observado, creador de lo creado y lo dicho de quien lo dice. El hombre aprehende al mundo nombrando, y este es su primer acto de creación. La palabra es el primer paso del hombre hacia el conocimiento de las cosas, pero es una aliada traicionera.

La arbitrariedad de la palabra va en contra de la realidad de las cosas, hace que sean lo que no son (puesto que las cosas siempre serán cosas y no palabras) y las reduce a una cualidad mínima, una que ni siquiera les pertenece: la cualidad lingüística. El lenguaje no puede nunca decir con certeza lo que una cosa es. A lo sumo la codifica o la identifica, reduciendo su existencia a un mero signo sonoro y/o escrito. La palabra limita y enajena a las cosas, para traerlas al territorio de lo humano. Es así que el hombre sufre su primer fracaso en su intento por asir el mundo. Su triste paradoja del lenguaje lo lleva a no hablar del mundo real, aquél al que trató de comprender, sino a un mundo deformado y contaminado con su decir humano.

Es así que el hombre busca nuevas rutas para su comunión mundana. Es así que el hombre llega a la poesía.

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