Para José Francisco Torres
Vía pasiva para enfrentarse al acontecer humano, respecto del cual no logramos abstraernos, la culpa es un pariente deforme de la responsabilidad, uno cuya carga moral se convierte en un fardo insoportable e inútil. La culpa que no repara ni resuelve, sólo paga –aunque es moneda careciente de valor real. Compensación moral por un daño visible con otro daño invisible. La culpa prolonga los alcances de una acción moral sobre el mundo (acción que se considera casi siempre perjudicial), alarga un dolor provocado y se torna en dolor multiplicado.
Sin embargo, la vía de la culpa no implica una ascesis dolorosa hacia un desarrollo espiritual. El proceso de generación y –en algunos casos- aceptación y superación de la culpa es más bien vulgar. Aquél que se siente culpable tiene a fin de cuentas la libertad de ser un mezquino escondido tras una apatía auto flagelante. Antes que enfrentar el mal por el que se cree culpable, lo asume, y la culpa –con todo y sus dosis de sufrimiento- se torna en el filtro que le permite convivir con su mezquindad de forma funcional. Es así que el castigo, la cuota de dolor –que en la mayoría de los casos toma la forma del remordimiento punzante- que el culpable se impone es el trámite obligado con el que esta especie de burócrata de la moral paga su deuda con algún semejante, o se relaciona en general con el mundo humano.
Redimido tras el baño de culpa y los azotes del remordimiento, el cobarde no necesita enfrentar verdaderamente su acto innoble; el desleal no debe renunciar moralmente a su traición; el injusto no necesita dar a cada cual lo que le corresponde. El culpable puede reclinarse –cómoda o incómodamente- sobre la negatividad de su sentimiento hasta que éste desaparezca y le deje actuar de nuevo en total tranquilidad.
Una vez aceptada la culpa, una vez transfigurada y sublimada por obra del dolor infligido contra sí mismo, se puede seguir adelante, aún sin haber incidido en el mundo externo, sin haber reparado un daño ni haber realizado acción alguna para beneficio propio o ajeno. Por eso la mejor ocasión para la culpa es aquella que parte de circunstancias oscuras o ajenas a nuestra voluntad. Por eso es tan sencillo fabricarse culpas sin haber recibido sentencia alguna, o incluso ser sentenciados y culpables por acciones que dudamos incluso haber cometido. Porque la culpa no necesita un referente verdadero ni brinda una respuesta verdadera. Porque como la penitencia es la vía alterna y enferma de la justicia, así la culpa es la cara moralmente enferma de la responsabilidad.
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